Por Daniel Kiper
"La historia —como el polvo— siempre regresa a los mismos rincones", reflexiona el abogado Daniel Kiper, a modo de introducción.
Una mujer asoma su figura desde un balcón en San Telmo. Levanta la mano. Sonríe. No dice una palabra. Abajo, cientos de personas la saludan con fervor. Algunos cantan. Otros lloran. Varios levantan carteles como si fueran plegarias. Cronistas agitan sus micrófonos. Un dron zumba sobre las cabezas.
Ha solicitado cumplir su condena en el departamento de su hija, en San José y Humberto Primo, en pleno corazón de la ciudad. Lo pidió porque la ley lo permite. Porque su edad lo justifica. Porque en otros casos, el Estado lo concede sin dudas ni temores. Pero esta vez no. Esta vez, la simple imagen de una mujer saludando desde un balcón enciende las alarmas de quienes desearían verla en una mazmorra, aislada del mundo, lejos de la calle y de la gente.
“Es una provocación”, dijo un político, con la solemnidad de quien protege una moral sin grietas. Quizás olvidando que él mismo, tiempo atrás, saludaba desde otro balcón —el de Balcarce 50— a un público invisible, inventado para la televisión.
“Es un acto político”, se apuró a decir otro. Y tiene razón. Su presencia es un acto político. Lo que no advierte es que su ausencia también lo sería.
“No se arrepiente”, le dicen al juez. Y es verdad: no se arrepiente. Pero no de un delito —que nunca se probó—, sino de haber construido un lazo con millones de personas que todavía la nombran en presente.
Todos hablan del balcón. Solo de ese balcón. Como si recitaran a Baldomero Fernández Moreno, aunque no miran setenta, sino uno solo, donde asoma esa figura. ¿Les inquietan las flores? ¿Admiran los gorriones? ¿Odian el perfume de las plantas? ¿El color de los geranios? ¿Les molesta el sol de la tarde sobre la baranda?
No. Lo que les inquieta no es el balcón. Es la gente.
La gente que acompaña. Que canta. Que monta guardia con banderas, termos y pancartas con su nombre escrito a mano. Lo que molesta no es la arquitectura del edificio ni la orientación del sol. Lo que desvela es el fenómeno político y humano que ocurre abajo, cuando ella aparece y el pueblo la aclama.
Quienes toleran corruptos con campos, fueros y cuentas opacas no soportan que una mujer condenada sin pruebas tenga, siquiera, un balcón.
No es la vivienda —modesta, por cierto— lo que irrita. Es la persistencia de la memoria popular, que desata reacciones desmedidas y vengativas.
No comprenden el fenómeno. Les parece una escena surrealista, como un reloj derretido colgado de una rama: no entienden si el tiempo avanza o retrocede.
No es la altura del piso. Es la profundidad del vínculo.
No es su voz. Es el eco que deja incluso en silencio.
Quisieran verla sola, callada, arrepentida. Humillada. Y, sin embargo, la encuentran otra vez en pleno centro de la escena política, saludando desde una baranda, mientras abajo la llaman “jefa”, “compañera”, “presidenta”.
Quieren que se esconda. Que desaparezca. Pero ella se muestra. Con el mismo gesto sereno, con la misma firmeza, con la misma convicción, con los ojos de siempre.
Ya lo vivimos antes. En 1951, otra mujer habló por última vez desde un balcón. Poco después murió de cáncer. Su voz aún arrastra multitudes. También fue odiada. También fue amada.
Hoy, la historia se repite. Otra mujer sale al balcón sin decir palabra. No necesita hablar. Su mensaje está grabado en los corazones de la gente. Como si el silencio, de tan intenso, hablara por sí solo.
Y los jueces enfrentan su dilema: no lograron destruir a un líder, aunque sí avanzaron sobre las garantías constitucionales.
Y los que odian se impacientan. No por lo que dice, sino por lo que genera.
Porque no es el balcón lo que molesta.
Es el símbolo.
Es la osadía de permanecer.
Esta mujer saluda. No desafía. No acusa. Solo está ahí.
Pero eso basta para que quienes odian, tiemblen.
Porque lo que no pueden encerrar es el amor que aún despierta.
Porque temen a una líder con micrófono. Porque temen a
una líder sin micrófono a la que el pueblo igual escucha.
En esta crónica no mencioné su nombre, ni lo haré.
No es necesario. Todos sabemos quién es esa mujer.
#Abogado