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  Especiales   27.11.2022 - 12:00   
DERECHO A LA IDENTIDAD
Fueron apropiadas por una red de parteras y buscan su identidad biológica
Se estima que en Argentina hay aproximadamente 3 millones de personas que buscan su origen biológico por fuera del período de la última dictadura militar (1976-1983). Casi todas fueron anotadas como hijos e hijas propios luego del parto. Muchas fueron entregadas directamente y se cree que, en general, fueron compradas.
Fueron apropiadas por una red de parteras y buscan su identidad biológica
El grupo en el encuentro del lunes pasado.
Por: Luciana Mateo

Seis años tenía Mónica Sznaidman (55) cuando, por recomendación de una psicóloga, sus padres le dijeron -a medias- la verdad: que no era su hija biológica.

Era el año 1973 y faltaba bastante para que la palabra apropiación pasara a integrar el vocabulario común de los argentinos. 

Entonces, lo que escuchó Mónica ese año, cuando tenía seis, fue que era “adoptada”. “Me dijeron que había viajado en la panza de otra mamá porque mi mamá tenía la panza averiada pero que mi destino era llegar a los brazos de ellos”, cuenta Mónica a El Teclado

Y sigue: “me dijeron que mi mamá biológica no me podía tener. Con el tiempo empecé a sentir esa cosa como de abandono y me surgieron un montón de preguntas: quién soy realmente, tendré hermanos, qué habrá pasado para que me tenga que entregar”. 

Cuando sus padres de crianza fallecieron -ambos de cáncer y a los 52 años- ella era una adolescente y no tenía hermanos. Sola, empezó a buscar entre los papeles que tenía y dio con el nombre de la partera que asistió su nacimiento -Francisca Ofelia Pintos Lemos- y con el domicilio: Jufré 140, piso 2, departamento 9. Hasta ese lugar fue pero, para su sorpresa, no había ninguna clínica, hospital ni nada parecido a un centro de salud; en esa dirección se levantaba un edificio de viviendas. 

De a poco, y gracias a un trabajo artesanal, fue recolectando más datos: que sus tíos hicieron de nexo con la partera y que fueron los encargados de ir a buscarla cuando estaba recién nacida; que cuando se la llevaron ese 2 de febrero de 1967 aún tenía el cordón umbilical y que sus futuros padres la esperaban en Villa Crespo.

En 2015, a través de Facebook, Mónica se contactó con otras 3 personas que estaban atravesando algo parecido: sabían que no eran hijos o hijas biológicos de sus padres de crianza y tenían también la certeza de que no habían sido adoptados.

Coincidían las parteras que habían asistido sus nacimientos: Ofelia Pintos Lemos, Gregoria Agra de Pasini y Rosa Martínes de Poggi, todas ya fallecidas. Coincidían también los domicilios: el de Jufré 140 se repetía en varios casos.

En noviembre de ese año se encontraron por primera vez y crearon el grupo “Por nuestra identidad”, que hoy reúne a 70 personas nacidas entre 1956 y 1980, cuyas partidas de nacimiento tienen la firma de alguna de esas 3 parteras. 

Pero, al parecer, existe una red de tráfico de bebés mucho mayor, que involucra -hasta el momento- a 17 parteras y 4 médicos, casi todos fallecidos, que operaron en Capital Federal y parte del conurbano bonaerense hasta avanzada la década del ‘80. Hasta hoy, la Red de Víctimas de Parteras Unidos congrega a 240 los buscadores de identidad. 

La apropiación de bebés -que durante muchos años tuvo amplia aceptación social- implica la sustitución de la identidad y la adulteración de documentación pública; los dos, delitos previstos en el Código Penal de la Nación

Las historias de las personas apropiadas están repletas de secretos y mentiras. En casi todos los casos la familia apropiadora levantó un muro de silencio para protegerse, conscientes de que estaban haciendo algo por lo menos irregular, pero también para evitar las preguntas incómodas que no tienen respuesta. 

Algo así le sucedió a Victorina Polimeni (44), que recién hace dos años se enteró de que no era hija biológica de sus padres de crianza.

En septiembre de 2020 le pidió ayuda a su única hermana para trabajar sobre su árbol genealógico como parte de un tratamiento de biodescodificación por una enfermedad que le afectaba la piel. 

“Antes de que sigas con el árbol te voy a decir algo que ya te he dicho en otra oportunidad y que no te acordás: yo no creo ser hija de mamá y papá”, le dijo su hermana por teléfono, en plena pandemia.

“Yo nunca había sospechado nada, de hecho me veía parecida a mi papá y a mi familia paterna, nunca cuestioné ni tuve dudas sobre la historia de nuestros nacimientos, nunca revisé la documentación”, relata Victorina a El Teclado.

Luego de una noche de búsqueda descubrió que como lugar de parto no figuraba la clínica San Camilo de Capital Federal, sino el domicilio en el que vivía la familia en ese momento.

A esa primera noche le siguieron muchas madrugadas de investigaciones: fotos, documentos, escritos y, obviamente, la información que circulaba en las redes sociales. “Cuando googleo el nombre de la partera, que era Gregoria Agra de Pasini, me encuentro con una nota periodística reciente, titulada ‘Las parteras del horror’”, dice Victorina.

Con todo ese material, las hermanas se acercaron a su madre que, acorralada, les confesó. “Nos dijo que papá era estéril y no podía tener hijos, y que por amor a él ella había aceptado sin cuestionamientos que nosotras llegáramos a la familia a través de una persona de su entorno”.

El relato que siguió fue bastante crudo. “Mi mamá me contó que, estando ellos de vacaciones en Corrientes, los llamaron al hotel y que, al llegar a un departamento ubicado en Capital Federal el 20 de agosto de 1978, les dieron una beba prematura, que no llegaba a los 7 meses de gestación. Dijo también que me entregaron bastante sucia, envuelta en unas mantas, que pesaba 1 kilo 900 gramos y que les dijeron que si ellos no me llevaban iba a terminar en una zanja, asesinada o que iba a tener una vida llena de calvarios y prostitución”, recuerda Victorina. 

Por consejo de un pediatra, acondicionaron una habitación, tratando de que fuera lo más parecido a un lugar apropiado para una beba prematura: el ambiente debía mantenerse a una temperatura determinada, el padre había alquilado una balanza y le daban la leche a través de gasas porque no podía succionar.

Su hermana nació en 1980 y obviamente las dos ya descartaron ser hijas de desaparecidos. Se hicieron un test de ADN Ancestral -un examen genético facilitado por la organización “Nuestra primera página” que colabora en la búsqueda de familiares biológicos y revela los orígenes étnicos- y descubrieron además que no son hermanas biológicas, lo cual implicó un nuevo duelo. “Esa confirmación nos dejó como huérfanas por completo, ahí sentimos que estábamos totalmente solas”, asegura Victorina.

Su padre ya murió, antes de que sus hijas confirmaran la verdad. Su madre vive y la apoya en silencio en su activismo y en cada campaña de difusión que emprende. “Supongo que le duele, pero me respeta el espacio”, dice Victorina, que es mamá de tres hijos. 

“Estuvimos distanciadas durante unos meses pero con el tiempo pude reconstruir ese vínculo, siempre sobre lo que yo sé ahora”, señala. Y agrega: “algo que aprendí es que el afecto que tengo hacia la familia que me crió no se contrapone con la búsqueda de mi identidad, porque eso es algo que me pertenece a mí”.

VÍCTIMAS DEL TRÁFICO DE BEBÉS

Se estima que en Argentina hay aproximadamente 3 millones de personas que buscan su identidad biológica por fuera del período de la última dictadura militar (1976-1983). Casi todas fueron anotadas como hijos propios luego del parto. Muchas fueron entregadas directamente y, en general, hubo intercambio monetario de por medio, es decir que fueron compradas.

“La mayoría de quienes participan en nuestro grupo saben que se pagó por ellos”, afirma Mónica Sznaidman.

Victorina acota que “sabemos que las parteras te ponían precio según tus características físicas: si eras blanca y de ojos claros -por ejemplo- valías más; si tenías algún problema físico, en cambio, podías llegar a salir más barata”.

Entre las dudas sobre las circunstancias que rodean esos instantes iniciales de la vida, se repite una pregunta más profunda y más cruel: ¿quiso de verdad mi madre biológica entregarme? ¿fui robada o ella fue forzada -por alguien de su entorno o las circunstancias particulares- a hacerlo?

“Siempre me sentí como una cosa”, sostiene Mariana del Rey (47) a El Teclado. La partida dice que Mariana nació el 21 de julio de 1975. “Mi familia no era una familia conformada -relata-, no es que tenían ganas de tener un hijo, lo proyectaron y encontraron esta posibilidad de adquirirme”. 

“Mi papá era un ‘personaje’, un hombre de la noche muy ágil con los números, y mi mamá era una mujer que venía del campo, que se obnubiló con ese tipo, pero ellos nunca conformaron un matrimonio”, reconoce. 

A los 35 años, gracias a la intervención de su hija mayor -Camila, que en ese momento tenía 17 años- confirmó que no era hija biológica de quienes la habían criado

Las dudas la habían acompañado en todo momento: su madre tenía más de 45 años cuando nació, fue única hija. “Siempre sentí que no pertenecía a la familia, que era sapo de otro pozo”, dice. 

Sus recuerdos de chiquita están vinculados a preguntas sobre la panza de su mamá y sobre su nacimiento. En la casa guardaban su cordón umbilical en una cajita; a ella le gustaba jugar con ese objeto tan íntimo y tan propio. “Lo buscaba adentro de mi casa y lo observaba, hasta que lo perdí”, recuerda. 

“Dejate de hinchar”, se volvió la respuesta más frecuente cuando, al crecer, empezó a preguntar a la gente de su entorno si era adoptada.

Su padre falleció cuando tenía 13 años. En 2010, luego de una fuerte campaña de Abuelas de Plaza de Mayo, se hizo el examen para saber si era hija de desaparecidos, pero le dio negativo.

Ése fue el momento en el que su hija abordó a los familiares y les hizo las mismas preguntas que Mariana les había hecho toda la vida, hasta que dio con una antigua vecina, a la que le afirmó: “¿viste que mamá no es hija de la abuela?”. La respuesta: “ay, menos mal que se enteró porque no me quería morir con este secreto”, le confirmó lo que intuía.

La hipótesis más fuerte -gracias a la historia que pudo reconstruir a retazos, ya que su madre empezó a demostrar fisuras en el relato, producto de su edad avanzada- es que su madre biológica era una joven francesa que vino al país por estudios o durante una gira, porque era bailarina.

Su partida fraguada también está firmada por Ofelia Pintos Lemos, y el nacimiento situado en Jufré 140.

Hace un par de años, Mariana, Mónica y otros buscadores se pusieron en contacto con familiares de  Pintos Lemos, entre ellos su hijo Ricardo Verry, y confirmaron algunas informaciones. 

Mónica cuenta que “el hijo recordaba que había mujeres que entraban con un almohadón en la panza y salían de la casa con un bebito; que había nacimientos en la casa, que en la cocina había moisés con bebés al lado de las hornallas prendidas”. 

“Recordaba que tenían un buen pasar, que tenía taxis esperando en la puerta y que con el recaudar de un solo día se compraron un Fitito usado”, agrega.


El acto del lunes pasado convocó a varias organizaciones. [Foto: gentileza de Mónica Sznaidman].

El derecho a la identidad está reconocido en la Constitución Nacional, en la Convención sobre los Derechos del Niño y en la Convención Americana sobre Derechos Humanos.

“Siempre tenés que estar explicando por qué buscás. Y yo busco porque es mi derecho, porque quiero saber si me abandonaron o no, si tengo hermanos, a quién me parezco, quiero saber qué pasó en ese pedacito de vida entre la panza de mi mamá biológica y los brazos de mi mamá de crianza”, dice Mónica.

Victorina asegura por su parte que “yo todos los días me pregunto si me moriré de vieja sin conocer mi historia. Es que una vez que sabés que hay una mamá que te parió que está en otro lugar, creo que te pasás toda la vida buscando”.

Las organizaciones reclaman la existencia de un organismo estatal concentre los datos genéticos de todos los buscadores de origen ya que, desde 2009, el Banco Nacional de Datos Genéticos está restringido a la búsqueda de familiares de las personas desaparecidas durante la última dictadura militar.

En Argentina son por ahora 9 las provincias -entre ellas Buenos Airesque cuentan con una Ley que establece el involucramiento del Estado en la búsqueda de la identidad y que brindan herramientas a las personas apropiadas, pero no existe todavía una legislación de alcance nacional. 

Recientemente la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) abrió una oficina en el marco del Programa Nacional sobre el Derecho a la Identidad Biológica para personas nacidas en Argentina que buscan su origen biológico, cualquiera sea su fecha de nacimiento.

Al organismo pueden contactarse además las madres y/o familiares biológicos que busquen hijas/os nacidos en este país que fueron separados de su familia al nacer, independientemente de las fechas o circunstancias en que se haya producido el nacimiento.

También se puede recurrir a la Defensoría del Pueblo de la Nación argentina. [El Teclado].

En su artículo 139, el Código Penal de la Nación establece penas de prisión de entre 2 y 6 años para “la mujer que fingiere preñez o parto para dar a su supuesto hijo derechos que no le correspondan” y para quien “hiciere incierto, alterare o suprimiere la identidad de un menor de 10 años, y el que lo retuviera u ocultare”. 

Se trata de delitos que prescriben pasados los 6 años de cometidos (excepto los robos de bebés consumados por militares y civiles durante la última dictadura militar, que no prescriben por ser considerados de ”lesa humanidad”).




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